"Básicamente todos nosotros tenemos el control absoluto del destino. Porque el destino es lo que construimos cada día con nuestras buenas acciones. Con nuestro trabajo, nuestro dharma, con esos actos que se encuentran en completo desuso conforme a la ley de nuestro ser. Y eso es precisamente lo que hace tan crucial que no vuelvas a ver tu vida como una única existencia. sino mas bien que trates de imaginarla como si fuera similar al agua. ¿Ves esa lluvia? pues bien, nuestra vida es como el agua que cae del cielo y va a parar al arroyo, y luego, un buen día, el respenteante arroyo desemboca en el río. Y fluyendo enfervorizado, este río pone rumbo al océano, donde descansa y juguetea. Pero antes de que te des cuenta, esa misma gota de agua se alzará desde el pecho del oceáno y saldrá volando hacia el gran y vetusto cielo para convertirse en nube de la que salió... ¡ay! el vejo cielo que todos somos y el océano que siempre seremos". (del libro "Canción del atardecer")
Este pasaje me gustó especialmente porque en infinidad de relajaciones que Abel guiaba tenían que ver con el agua, el río, el arroyo, el océano.
Las clases de Yoga con Abel eran fantásticas; salías renovada, serena y optimista; sintiendo que en la vida todo fluye y nada se estanca... ni siquiera el dolor...
La mayoría de sus alumnas eran eso: mujeres. Mujeres ancianas, adultas y jovencitas que asistían porque tenían problemas en las articulaciones, porque el doctor de cabecera les había recomendado hacer un poco de ejercicio suave o porque buscaban un poco de consejo espiritual.
Abel era, de todas ellas, nieto, hijo y hermano. Se daba el tiempo de escucharlas, ofrecerles su opinión sobre el tema en cuestión, recetarles productos naturales, hacerles sus Flores de Bach, sus grabaciones personalizadas, y sonrisas y cariño que sólo Él en su peculiar forma de ser podía dar.
Tal vez las personas que no conocieron personalmente a Abel puedan pensar que lo idolatro, que lo santifico, que lo tengo endiosado....
Ninguna de las tres situaciones; los seres humanos que si tuvimos el privilegio de conocerlo vivimos hoy por hoy con su amor en nuestro interior.
Pensar en él me da paz, alegría, sentirlo intrínseco en mí es como una lluvia fresca, con él las penas, preocupaciones, angustias se transforman en positivismo, ánimo, fuerza para seguir sonriendo aún con problemas.
Al principio de su partida no podía escuchar sus grabaciones, pero ahora, con el tiempo transcurrido, las terapias van tomando forma; "el dolor no abruma, no aturde" , o como él me diría: El "no" hay que dejarlo fuera de la relajación: hay que decirnos: "cada día me siento mas tranquila, cada día me siento mas despierta y receptiva".... pues tomo nota de su enseñanza terrenal y espiritual...
No hay mayor regalo de Abel para nosotros que su vida, incluso su muerte física y principalmente su Amor.